«Melquíades le reveló que sus oportunidades de volver al cuarto estaban contadas. Pero se iba tranquilo a las praderas de la muerte definitiva, porque Aureliano tenía tiempo de aprender el sánscrito en los años que faltaban para que los pergaminos cumplieran un siglo y pudieran ser descifrados»
Cien años de soledad.
Te esperan en Macondo. Con sus piedras como huevos prehistóricos, sus mariposas amarillas y sus casas de barro y cañabrava. Las cosas aún no tienen nombre, las señalan con el dedo, aguardando a que llegas para darles una palabra.
Gracias, alquimista.